Creo que la idea de dinero electrónico es muy intuitiva: se trata de una forma de intercambio de bienes (de ahí la parte de dinero) y que, a diferencia de la moneda a la que estamos acostumbrados, no tiene representación física, es decir que vive en el mundo virtual de los ceros y unos de nuestros sistemas informáticos (de ahí la parte de electrónico). En ese sentido no es muy diferente de una foto en nuestra pantalla, un tuit en nuestro móvil, o un libro en nuestro e-reader: a fin de cuentas, ceros y unos que sirven para representar algo.

Al dinero electrónico, con el tiempo, también se le ha venido a llamar criptodivisa o criptomoneda, ya que una parte esencial de su funcionamiento está basada en la criptografía, que no tiene nada que ver con la egiptología o la apertura de criptas como me dijeron una vez, sino que es una rama de las matemáticas que se dedica a la tarea de buscar sistemas para cifrar y descifrar mensajes de manera segura y eficiente. La aplicación de la criptografía al mundo de las monedas sirve para garantizar la privacidad de las transacciones.

Así que, como decía, se trata de algo inexistente en el mundo físico. Muchos podrían pensar que siendo algo sin entidad física no puede servir como moneda porque la moneda tiene el uso que le damos debido a que tiene un valor real, sin embargo, esto no es así desde hace mucho tiempo. La moneda respaldada por oro, lo que normalmente se conoce como patrón oro, nació en el siglo XIX y murió en el XX, así que en realidad y aunque nos parezca lo más lógico, es un sistema para medir el valor que tuvo poco recorrido. Establecía que los países tenían que tener un respaldo físico equivalente en gramos (más bien kilos) de oro del dinero que tuvieran en circulación.